Historia de una Donación de Libros
Updated: Oct 27
¿Qué libro estas leyendo? La pregunta está en presente, no en pasado como has leído. Es importante la diferencia, ya que simplifica la distinción entre un lector ávido, frecuente, de una persona no tan curiosa, ni interesada en saber más. La pregunta en pasado, en cambio, implica que alguna vez se leyó un libro, quizás por obligación escolar o universitaria. En otras palabras, permite inferir bastante sobre el carácter y la personalidad de quien responde.
Mi padre gustaba de leer, mi madre disfruta de la lectura, mis hermanos leen, y probablemente el mayor lector sea mi hermano mayor. En casa, él tenía dos estantes de libros de varios niveles: uno en su cuarto y otro en el espacio que usábamos como oficina. Yo lo imité, y cuando tuve una oficina en Surquillo, llegué a tener un tercer estante. En algunos casos, duplicaba libros, no todos, solo aquellos que ocasionalmente debía consultar tanto en el trabajo como en casa. Tener dos ejemplares facilitaba las cosas, pues no siempre podía planificar llevarlos de un lugar a otro.
Cuando me fui del país, más que llevar ropa, llené las maletas con mis libros favoritos. Los demás los volvería a comprar una vez establecido. Mis hermanos también dejaron el país; uno incluso tiene pasaporte diplomático.
En mi casa del Callao quedaron estantes con libros, y mi madre solía reclamarnos por ellos a mis hermanos y a mí, ya que solo ocupaban espacio y recolectaban polvo.
Al llegar a Lima en enero de 2023, debía trabajar en el desarrollo de programas de realidad virtual para respuesta a emergencias. Dos semanas después de mi llegada, mi hermano también se unió a mí en Lima, y juntos decidimos darles buen uso a esos libros. Algunos los habíamos comprado juntos, por lo que me pareció prudente coordinar.
Donar los libros nos pareció la mejor opción. Ahora, el reto era encontrar a un destinatario adecuado. Sabía, con tristeza, que la Compañía de Bomberos Antonio Alarco 60, donde me convertí en bombero voluntario, había eliminado su biblioteca, algo que me afectó profundamente, pues llegué a ser uno de sus administradores. Tal acto me pareció una celebración a la ignorancia, aunque no conocía los detalles de la decisión.
Me sentí moralmente obligado a ofrecer los libros a mi antigua unidad bomberil, como un acto de corrección.
Llamé varias veces, en diferentes horarios, pidiendo hablar con el jefe de unidad y dejando recado de que me interesaba discutir algo beneficioso para ellos. Podía notar la incomodidad de la mayoría de los bomberos con quienes hablaba por teléfono. Bruno Migliori, quien me conocía bien, no quiso atenderme; finalmente, quien tomó la llamada fue César Salazar, lo cual me alegró, pues escuchar una voz familiar siempre resulta reconfortante.
No soy un hombre de grandes riquezas, pero me considero afortunado y agradecido con la vida. He realizado varias donaciones, y he aprendido a iniciar el contacto sin mencionar el objeto a donar o su valor. Esto permite conocer mejor la organización y su calidad humana.
Siendo adolescente, hice mi primera donación a la parroquia de Monserrat, en el cercado de Lima. Me interesaba su labor con huérfanos y niños menos afortunados. El Padre Juan Serpa, fundador del Centro Parroquial Experimental de Educación Integral Nuestra Señora de Montserrat, ya contaba con un taller de música, un centro médico y un comedor infantil. Con el tiempo, el Padre Serpa me llamaba directamente cada vez que creía necesario. Su fallecimiento me afectó profundamente.
A pesar de mi postura crítica hacia el servicio bomberil peruano, sentía la obligación de donar los libros a los bomberos peruanos. Muchos de esos libros eran de cultura general, pero había una colección de la NFPA que seguramente les sería útil. Los libros cambiaron mi vida, y si uno de ellos podía hacer lo mismo con otro bombero, la misión estaría cumplida.
Sin embargo, nunca recibí respuesta de los bomberos de la Alarco 60. Mi intención era invitar al jefe y a algunos bomberos a mi casa para mostrarles los libros y ver si estaban interesados.
Los días pasaban y no recibía ninguna llamada de vuelta. Mi partida de Lima se acercaba, y al no saber qué hacer con esos libros, recordé a Rafael Cieza, uno de los pocos bomberos que aún respeto, ex jefe de la Salvadora Callao 9, de cuando se podía respetar a los jefes de unidad en el Callao.
Le escribí a su hija, Yahaira Cieza, quien es bombera de la Salvadora Callao.
—Le pregunté: “¿Tienen biblioteca en la 9?”
— “No, pero estamos pensando en tener una”, me respondió.
Lo interpreté como: “No tenemos, no lo hemos pensado seriamente, pero me interesa decir que sí, porque sé que tienes algo en mente y puede beneficiar a la Salvadora Callao 9.”
Le conté mi situación y que me sentía obligado a darle una última oportunidad a la jefatura de la Alarco 60. Esperaría hasta el día siguiente, hasta las 11 de la mañana, y si no obtenía respuesta, los libros serían para ellos.
A las 11:01 del día siguiente, la llamé y le ofrecí los libros.
—"Son todos tuyos." Le dije
Media hora después, la ambulancia de la 9 estaba en mi casa. Se sorprendieron de la cantidad de libros. Le había sugerido que trajera dos o tres bomberos para ayudar a cargar, pero vino solo con un joven bombero, quien terminó exhausto.
Yahaira Cieza, oficial de bomberos que ejemplifica la sabiduría de las calles del Callao, llamó en tono burlón al jefe de la 60 mediante videollamada y le dijo: “Gracias por no contestarle el teléfono a Musse”, mientras le mostraba los libros de fondo.
Me mantuve al margen de esa conversación, pero con Yahaira Cieza, eso es lo menos que se puede esperar y no puedo negar que me dio risa tal ocurrencia.
José Musse
New York City
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